
Es curioso, pero te adaptaste a este mundo con más facilidad que el pié al zapato. Tú que presumías de hombre progresista, con más revueltas a tus espaldas que el Partido Comunista y multitud de manifestaciones estudiantiles, encajaste a la perfección en aquel entorno y casi sin proponértelo. No hay nada peor que aparentar lo que no eres para terminar siendo lo que aparentas aborrecer. Ese eres tú, el fraude con patas, un ser indeseable.
El chalet de la Moraleja era exquisito, una mezcla entre minimalista y de vanguardia, capaz de albergar hasta las más peculiares obras del Guggenhein. Husmeabas lo que se movía a tu alrededor, gente guapa, razas superiores mirándote por encima del hombro, momentos chics aderezados de fondo por un cuarteto de cámara lo más parecido a una peli de los hermanos Marx. Todo aquello era tremendamente exquisito y a la vez burlesco, pero en honor a ti. Al principio eras punto clave de aquellas incipientes miradas, pero esa sensación tornó de color al poco tiempo. Te armaste de chulería (porque no de valor) y como un robot fuiste brillantemente captando a la perfección los pasos de baile de ese grupo de estereotipados danzarines, que suelen moverse al son de lo que más brilla. Para cuando pudiste apreciarlo, ya estabas abducido por dos tontos de Deusto, a cual más pijo, haciendo gala de sus muchas cualidades amatorias y de lo felices que eran al vivir en sus respectivas zonas residenciales. Súbitamente tu cerebro se puso en ebullición, algo que además de extraño es potencialmente peligroso para tí. Poco a poco se fue desvaneciendo el Jorge de ideas de izquierdas, de constante lucha por la igualdad y ganas de cambio, aunque creo que en verdad jamás existió. Tu verdadero “yo” se hizo patente en pocos segundos, y comenzaste a ser el despreciable tipo que sigues siendo hoy en día, envenenado por la codicia. Como decía Silvio Rodríguez, aquel sabio cantautor, fiel compañero tuyo en noches de insomnio: “Quien hace altar de la ganancia pierde, la condición, la latitud y el puesto”, de manera, que todos aquellos que te rodeaban esa noche habían perdido todo eso hacía ya mucho tiempo. En esa “amena” e “interesante” reunión destacaba uno de los grandes peces gordos del mercado de valores, D. Facundo Real, hombre de ideas conservadoras, mano derecha del régimen franquista y activo militante de organizaciones fraudulentas. Repentinamente, uno de los pijos, se desmarcó de la conversación de borregos que manteníais a tres, para caer rendido ante los pies del señor Real, como si de un servil imbécil se tratara. El tal Real ni siquiera te prestó atención, para él eras uno más en aquella calurosa pero premonitoria noche de verano. En el momento en que tu vegija estaba a punto de explotar y te precipitabas raudo y veloz hacia el servicio, tropezaste con una de las mujeres más bellas que jamás habías visto. Caminaba con soltura y todo en ella era melodía. Sus caderas se movían al ritmo de la música que sonaba, marcando con esmero sus praxitelianas curvas. Todo en tí se detuvo, tu agitada respiración, tu incontinencia y hasta tu necia mirada. Quedaste poseído por aquel monumento helénico de belleza incalculable. Ella te sonrió y con su mano derecha atusó su larga, azabache y ondulada melena. Era la imagen de la feminidad, y la persona con la que habías elegido compartir el resto de tu vida. Amañaste con inteligencia la manera de llegar hasta ella. Ya la noche avanzaba y el cuarteto había dado paso a una música discotequera de los 80. Gran parte de infieles de doble moral con los que te habías codeado a lo largo de la noche comenzaron a sacar a sus respectivas a bailar. Pero aquella diosa continuaba sentada, entre una señora mayor con aire a lo Carmen Polo y otra noble dama con cara de insatisfacción total. Te dirigiste hacia la señora mayor de collar de perlas de doble vuelta y sabiendo que se encontraba imposibilitada para bailar, (ya que su muleta asomaba por debajo de su silla), sin proponérselo ésta se convirtió en la artífice del primer contacto con tu amada. Agarraste suave y lentamente su mano y la condujiste hacia la pista de baile. Aún recuerdas aquella canción, aquel primer baile, aquel cruce de miradas. Poco tiempo después eras parte indispensable en la vida de María. Participabas activamente en su círculo social, te respetaban por el solo hecho de ser el novio de la niña de Don Facundo. Al principio aquella relación no fue bien vista , pero poco a poco, tú, Jorge, el hombre de las artimañas, te fuiste ganando al incombustible, terco y avaricioso Sr. Real.
Te casaste al poco tiempo. Eso sí, estabas ansioso por dar el braguetazo, no solo en el sentido monetario del término. Pienso que hasta fuiste noble, porque tus intenciones hacia María eran sinceras. La amabas y ella te correspondía con abnegación. Pero poco a poco te fuiste acomodando, dando rienda suelta a una diaria rutina que cada vez se hacía más insoportable. María te demandaba atención, caricias, afecto. Pero tú estabas tan inmerso en tu recién estrenada posición de jefe de una importantísima compañía, que apenas le echabas cuenta. Ni siquiera te percataste aquel día que, después de asistir a numerosas reuniones insustanciales, María te recibía en el hall de tu lujoso chalet de Majadahonda para darte la noticia de que íbais a ser padres. Fuiste lo suficientemente cortés para no herir sus sentimientos pero también lo suficientemente parco para dejarla con ganas de saborear a tu lado la noticia. Pasó el tiempo y tu postergabas con asiduidad la vuelta a casa después del trabajo, y para cuando lo hacías, ya María yacía acostada en su cama aguardando el día del feliz acontecimiento. Un lluvioso día de Abril, sobre las 5 de la tarde recibiste una llamada urgente. Era del hospital. María había perdido al hijo que esperabais. Su aburrimiento era tal, que decidió salir de compras por Serrano, con la poca fortuna de tropezar con el bordillo de una acera y perder a la criatura. Nada volvió a ser igual. Con la muerte de aquel ser, murió el poco amor que habitaba en ti y el que aún existía en el corazón de María. Rompiste sus ilusiones y esperanzas poco a poco, lentamente. No es que María fuese irreemplazable por estar unida a ti en santo matrimonio, pero la apartaste de ti poseído por algún mecanismo de defensa de los tuyos. Bien sabes que no lo merecía, aunque siendo una niña bien, venida a mal por el angustioso trago que le acababa de dar la vida, María era alma noble. Respetuosa, amiga, buena conversadora y culta. Aprovechaba su ringo rango a favor de la gente más desprotegida. Colaboraba en numerosas ONG’S y estaba siempre envuelta en nobles causas sociales. Ella sí que era de verdad, ella sí que se revelaba desde pequeña, ella sí que al menos actuaba a favor de lo que pensaba. Pena que nunca se pudo zafar de esa familia autoritaria y de ese padre que intentaba mutilar cualquier idea progresista que asomaba por su cabeza. María era de verdad, débil, pero de verdad. Demasiada humanidad para un zafio que no sabe el significado de la palabra condescendiente.
Dos años más tarde todo seguía en el mismo punto. De cara a la sociedad el matrimonio entre María y Jorge seguía siendo maravilloso, aunque entre ellos ya no existían palabras. María continuaba colaborando en infinidad de proyectos no gubernamentales y Jorge siendo el mismo cretino de siempre. Aunque en algo sí que había cambiado la vida de Jorge. Ese algo se llamaba Merceditas. Una chica de pueblo que había echado raíces en la capital, con ganas de conocer gente y abandonada por un neo hippie que nunca la amço. Se había convertido por obra y gracia del espíritu santo en la secretaria del jefe que alimentaba sus deseos carnales en un piso de la Castellana, los martes y jueves de cada semana.
CONTINUARÁ...
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Citas Célebres
miércoles, 18 de abril de 2007
Jorge y María
Publicado por la mirada del alma en 19:56
Etiquetas: mis pensamientos
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