Una noche con panero

Las puertas del psiquiátrico se abrieron para darnos la bienvenida. Allá a lo lejos se intuía una figura errática que caminaba hacia nosostros sigilosamente. Mi amiga Juani, que trabaja desde hace unos años hizo de hilo catalizador entre la locura y la cordura. Éramos dos esperando ansiosamente aquel momento, repleto a raudales de conocimiento y savia vieja. Panero se sentó en un banco sin previo saludo, tendió su mano esperando el ansiado presente (un cartón de cigarrilos negro). Fue el intercambio o el negocio perfecto para dejarnos perplejos de sabiduría, de conocimiento, de una vida repleta de mundos turbios y gigantes esquizos. Su voz, templada por el paso de los años y su mirada perdida, presagiaban una noche inolvidable. En un momento determinado, puso su mirada en la mía y me dijo: El loco se equivoca pero no miente...¡que razón tiene!. Benditas equivocaciones que nos hacen ser mas humanos y reales en este mundo endemoniado donde lo cuerdo es tan irreal como ficticio. Hoy lo recuerdo como aquel día, contestatario, indomable, políticamente incorrecto y con la mirada mutilada de pena. Acongojados deberíamos estar aquellos que nos denominamos cuerdos, ya que el mundo real en el que habitamos nos aprisiona tanto como el dolor de una mente envenenada pero ágil para discernir entre nosotros y ellos. El desencanto de su vida nos arrastró hasta altas horas de la noche. La despedida fue brutal y hermética. Agarrado a las verjas de su particular cárcel, nos guiñó el ojo y con una sonrisa condescendiente nos dijo: Yo no soy quien está preso, sois vosotros. Hasta otra Panero. Me muero por volver a verte.